Oficio y saber estar. Estos son los mejores calificativos de Sam Roberts (ahora Sam Roberts Band) después de lo visto en el Balcón de la Música de la Expo y ante 200 personas. En su primer concierto de la gira europea, el canadiense demostró a propios y extraños -muchos más extraños- que su país existe: que puede tener incluso buenos grupos.
Presentaba su Love at the end of the World, un disco que no llega a Chemical City, pero que no supone ni mucho menos un paso atrás en la carrera de la banda. Con un público sentado -poco apropiado para el rock- y poco entregado, los cinco componentes encantaron con canciones pegadizas y un sonido lamentable. Mala decisión de los organizadores. Sin embargo, Sam Roberts mantuvo su carisma intacto.
Piezas como “Love at the end of the World”, “Them Kids” o “Bridge to Nowhere” son indispensables en el pop-rock de este siglo. Incluso se dejó “The Gate” -su más famosa- en el tintero. Es el problema de que puedan tocar 45 minutos como mucho. En el bis, se hizo notar lo que tendría que haber pasado desde un principio.
La gente se levantó y se fue hacia las vallas, echándolas hacia delante, para ver a una auténtica estrella a medio metro. Al menos, en ese momento, el grupo se sintió más arropado. Notó que habían conseguido llegar a alguien, cuando en su país están acostumbrados a recitales para miles de personas.
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